Ya es la segunda vez que me pasa en la vida: me entero de una noticia que puede revolucionar mi vida, y de primeras no hago caso, ni frío ni calor. La primera vez casi dejo pasar de largo un trabajo que ha determinado todo lo que soy ahora profesionalmente; la segunda fue ayer, cuando no di demasiada credibilidad a una de las miles alertas de google que recibo sobre esclerosis múltiple.
Es cierto que hay que leer estas alertas con cuidado, porque suele haber de todo: desde noticias que no lo son tanto (conocidas desde hace años) hasta dramas personales que pintan la enfermedad como un infierno, pasando, cómo no, por bulos variados. Por eso leo titulares por encima y sólo me paro en algunas, y ayer estuve a punto de pasar por alto una novedad que ha encendido una lucecita de esperanza.
Siempre he estado convencida de que aparecerá una cura para la esclerosis múltiple. Quizá no algo que cure, pero sí que detenga por completo la evolución de la enfermedad. He tenido eso tan claro como que para mí sería tarde; bienvenido el freno a la enfermedad, pero adiós a los milagros que hicieran "repararse" la mielina que cubre mis nervios.
Bueno, pues con todo el escepticismo del mundo, con los pies en la tierra, pero hoy con esta esperanza en el horizonte: un nuevo fármaco en pruebas que podría ayudar a los impulsos a seguir su camino aunque la mielina esté dañada. Nota en la agenda: preguntar sobre esto al médico en la próxima cita.
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