Estos días no puedo evitar pensar que quizá estoy dejando demasiado a un lado la teoría de la CCSVI, la insuficiencia venosa que ha irrumpido con fuerza en el mundo de la esclerosis múltiple, revolucionando gran parte de lo que hasta ahora se daba por sentado. De paso, me da la sensación de que más de un neurólogo se revuelve incómodo, imagino que resistiéndose a perder el control de una enfermedad que hasta ahora se creía 100% neurológica. ¿Puede ser cierto que también tiene algo de circulatorio?
Desde mi profunda fe en los médicos, me cuesta creer que una persona que ha dedicado varias décadas de su vida a la esclerosis múltiple no haya oido hablar de la CCSVI. "¿Cómo se llama el médico?" "¿En qué ciudad me dices?" o "es demasiado sencillo para una enfermedad tan compleja" han sido algunas de las respuestas que he recibido al intentar conocer la opinión de mis médicos de confianza. Así que mi naturaleza disciplinada me impulsa a aparcar en un ricón cualquier atisbo de emoción por las posibilidades que plantea la nueva teoría.
Sin embargo, hoy mi amiga Anna me ha despertado de mi letargo. Me dice que no tengo nada que perder, que me informe, que busque centros serios cerca de donde vivo. Investigando por internet me encuentro con que la CCSVI cada vez tiene menos pátina de tratamiento "alternativo". Como la nota sobre la conferencia en Canadá en la web de la Federación española de esclerosis múltiple.
Uno de los blogs más completos sobre la CCSVI que he encontrado se llama "creo en el profesor Zamboni". Ahora me pregunto: y yo, ¿creo? Y lo que es más importante... ¿quiero creer?
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